Crónica de un día en el supermercado. Venezuela.

Hace tres años, escribí una entrada llamada "Un día en el supermercado", estamos situándonos en una realidad del 2014, que no se asemeja en lo absoluto a la crisis actual.

Link de la primera entrada: http://coldnight01.blogspot.com/2014/09/un-dia-en-el-supermercado.html

Hoy, 14 de marzo de 2017, he decidido reescribir esta historia.

Ir al supermercado conlleva que te vistas lo más relajado y feo posible, no importa si vas a hacer mercado en la Lagunita, o en el palacio de Donald Trump, tienes que vestirte mal, ya las cosas no son como antes, la gente te tiene fichada a ver qué vas a comprar. Si eres de esas señoras con pinta de que viven en las Mercedes y van en tacones a hacer mercado, más propensa eres a que te fichen y te sigan desde que entras hasta que sales -sad but true-.

La travesía comienza cuando ves a un grupo hambriento de gente que va en todas direcciones con 'productos de la cesta básica' en la mano.

- ¡Señora! ¿Dónde consiguió esa harina? - le pregunté a la única mujer con cara de que no es matona.

- ¡Allá, mi reina! - señala ambiguamente a uno de los pasillos. Sigo en las mismas.

- Pero, ¿allá dónde? - insisto.

- Allá mi amor, donde están los quesos, está ese señor parado con gorra verde y pantalón rojo, que es medio gordito, al lado hay un calvo, y ahí está la harina.

- ¡Ah, vale! Gracias - me abro paso con dificultad entre la muchedumbre de gente que corre hacia donde está la harina.

Maldigo hacia mis adentros y no me queda otra cosa que perder la compostura, la clase, soltar el carro, y, lamentablemente, agarrar la bendita harina pan que seguramente se la voy a terminar comprando a un bachaquero porque hoy es martes, y mi día para las compras es el miércoles.

Maldito Maduro.

Después de coger los dos miserables kilos de harina, decido reemprender mi rumbo y comienzo desde el pasillo 1.

El pasillo 1 está lleno de verduras, hortalizas, frutas, y esas cosas, esta es la parte que más detesto de hacer mercado, es molesta, además de que siempre hay una mata que pareciera estar para burlarse de mí, porque SIEMPRE se me cae, estoy hablando de ese ajoporro maligno, se me cae del carrito, se me cae de la maleta del carro, se me cae de la bolsa cuando estoy subiendo en el ascensor, se me cae incluso cuando estoy guardándolo en la nevera, tal es mi karma, que decidí atribuirle a mi mamá la tarea de que ella lleve el ajoporro.




¡¿6500 bolívares un kilo de tomate?! ¿Pero es que lo traen de Dubai? Con la cara horrorizada sigo cogiendo las hortalizas, pareciera que a las papas las hubieran taladrado a propósito y les hubiesen abierto un hueco a todas.

Ah, conque 14000 bolívares medio kilo de uva, genial, el mamón será un buen sustituto - pienso con tristeza, mientras recuerdo que hace un año me compraba uvas y manzanas verdes. Sí, hace un año, Andrea, ahora pasaron 365 días y ya no estás más en esa realidad.

Pasillo 2, desinfectantes, se me acaba de caer el ajoporro del carro, ¿pero tú estás viendo que es un karma la dichosa mata? Cojo dos desinfectantes que también combaten el Zika, los insectos, y todas esas plagas, 4100 cada uno, ¡pero dame un respiro, Maduro!

Pasillo 3, pastas, entendí que jamás volveré a comprar la pasta que amaba, Primor de tornillos, nunca reaparecía, en cambio, estaban otras pastas italianas, vermicelli, o de plumitas, ninguna de tornillos, que tristeza, cogí con resignación la vermicelli, 5250 medio kilo, me río a mis adentros.

- Señora, ¿tiene para que me dé para comer? - se me acerca un niño por detrás, se me hizo bien raro, estoy en el Cafetal, usualmente no dejan pasar a los niños 'humildes' a los supermercados, la gente de seguridad es ridículamente estricta, como si acaso cualquier 'buena pinta' no pudiera hurtarse una lata de maíz - ¿qué quieres comer?

- Cualquier cosa.

- Vente pues.

Me llevé al niño al área de panadería del supermercado y le brindé un pastelito, 2500 bolívares, ¿cuánto llevo gastando?

- ¡Gracias, señora! - ¿pero por qué ese empeño en decirme señora? Que apenas tengo 22 años, ¿tendré cara de señora? Me dio pánico.

- De nada - le sonreí y seguí al pasillo 4, que desgracia de realidad.

Pasillo 4, cereales, bueno, 'cereales', lo que veo es excesivamente ese Special K asqueroso que sabrá Dios quién lo come, creo que ni las mismas tipas fitness compulsivas obsesivas se comen ese estiércol disfrazado de fibra.

Pongo cara de orto porque antes cogía Flips, Froot Loops, Corn Pops, me da risa el contraste de los cereales que comía y los que hay, extraño esas cosas del capitalismo salvaje. Una horda de personas me saca de mi ensimismamiento. Corren hacia una esquina del supermercado, enarco una ceja, ¿y ahora qué? Agradezco mucho estar sola, si estuviera con mi madre estuviera al borde del estrés, porque, sencillamente, no nos soportamos si hacemos mercado juntas, yo voy a un ritmo tranquilo, y ella, en cambio, va a un ritmo que yo no quiero soportar, porque no entiendo la finalidad de hacer las cosas 'a 3000 km/h' si nadie nos está esperando.

Me acerco a la masa homogénea de gente que acaba de llegar desde barriadas y sectores populares, ya ninguna zona de Caracas es inmune a las razas y estereotipos sociales, no me importa de dónde vengan, ¿pero por qué comportarse como lo hacen? Y mi propio álter ego me responde "hambre, Andrea".

Observo desde el pasillo 4 como cogen con desespero la harina pan, seguramente los familiares llamaron para que se vinieran, suspiro, ¿por qué me tocó nacer en esta desgracia? Sí, es una desgracia, lamentablemente no siento la 'identidad nacional', no me identifico con Venezuela, en ninguna de sus formas. El Santo Ángel no va a hacer mercado por mí, ni los médanos de Coro me van a salvar de que el hampa me quiera asaltar, el pico Bolívar no quitará ese parásito que infectó a mucha gente "la viveza criolla".

Si eres amargada, Andrea, y me río, porque sí lo soy, pero me gusta como soy.

Pasillo 5, galletas, ¿pero qué asco de galletas son estas? Venga ya, tráeme mis Chips Ahoy, o Katy, o Chocochitas, ¿pero qué es Charmy, y qué es Congo? ¡Oh! Las Congo creo que las probé, me gustaban porque eran saladas. Vuelvo a subir la ceja izquierda, lamentablemente es un gesto automático que me sale ante lo irrisorio, ¡oh! Oreos, bueno, no es de mi preferencia, pero mejor que nada, todavía me debato si llevarlas o no llevarlas, ¿qué le ha pasado al departamento de importaciones de este supermercado? Preferiría pagar más por algo bueno, que estas galletas tan poco de mi gusto, y siento un atisbo de culpabilidad, la gente a unos metros se sigue matando por una harina pan, y yo lucho internamente conmigo misma porque estas galletas son malas y quiero que traigan unas importadas, eres un asco, Andrea.

En el mismo pasillo 5 están los panes, Bimbo Diet, ew, definitivamente la gerencia de este supermercado quiere que la gente sea fitness, ¿qué hacen con la gente con gustos de fatness?

Y luego viene el área de neveras, donde me fundo de la arrechera porque antes compraba todo tipo de cosas preparadas congeladas, pizzas, tequeños, pastelitos, me río internamente cuando veo que la bandeja de tequeños está en 13.250, te quedas ahí, bandejita -seguramente la termino agarrando cuando termine-.

No llevo tantas cosas, así que me coloco en una fila al extremo del supermercado, esa manía aún no la dejo, detesto colocarme en filas del medio, debe ser de un polo, sin más. Me coloco detrás de una mujer que charla con su esposo.

- Pero Raul, ya le llevamos al niño unas galletas, deja de seguir agarrando ese mierdero que no nos va a alcanzar.

- Aquí el que paga soy yo - le habló con un tono de voz violento, posesivo, ¿para qué se casan si van a ser maltratadas? Se notaba que era una pareja humilde, que vivía en un sector humilde.

- Ya le dije a la Zulay que se llegara a comprar un kilo más de harina. Chica, disculpa, ¿sabes si es por cédula? - me preguntó la mujer. Tengo un serio problema conmigo misma, y es que odio que la gente se refiera a mí, o a cualquiera, como "chica".

- Creo que sí es - respondí.

- Ah, ok, ¿y tú sabes cuántas de esta harinas me puedo llevar? - combinaba entre el plural y el singular, ¡Andrea, basta! Que horrible eres, por eso es que andas sola, me reí de que mi soltería estuviera justificada por mi corrección gramatical a otra gente.

- Una, parece - tamborileaba los dedos en el 'volante' del carro del supermercado.

- Anda a preguntar, anda a preguntar - le ordenó el tal Raul con tono hosco, que tipo tan detestable.

- Mira tú a mí no me manda, oíste - la mujer se volvió hacia su pareja y retomó su camino.

- Maldita - susurró el sujeto.

Mi cara era un poemario absoluto.

- Se les recuerda a nuestra distinguida clientela que es un solo paquete de harina por persona, se les recuerda a nuestra distinguida clientela que es un solo paquete de harina por persona - la voz aclaró las dudas de muchas personas.

- Maldita sea vale - Raul golpeó al carro del supermercado en el que llevaba 4 paquetes de harina. Si pudiera haberle dado algún golpe a este sujeto, lo hubiese hecho con todo el gusto del mundo, aunque quizá me sacaba una pistola toda desgastada, me sacaría 'la bicha' y me metería un par de golpes con la cacha del arma, "te voy a dejar la cara como un colador, maldita", quizá hubiese dicho eso, y yo posiblemente le hubiese roto la nariz, él me hubiera matado, pero habría valido la pena, todo quedaría grabado en las cámaras, y en el Rodeo seguramente lo violarían.

Tienes una mente retorcida, Andrea, me volví a reír sola.

- ¿Bueno no escuchaste que es un solo paquete de harina? Llévate esa mierda de aquí, Beatriz - le ordenó a su mujer que se acercaba, me puse en la peor caja del mundo.

Quizá si hacía la gracia de cambiarme de caja, la caja donde estaba antes posiblemente avanzaría, y yo quedaría en las mismas, porque eso debe ser una ley de Murphy "cámbiate de caja y ésta avanzará", aplica también en los canales de tráfico.

La cajera comenzó a facturarle a la pareja disfuncional delante de mí, que aparte de la harina, llevaba más cosas, que quizá no pasarían.

- Chica, cóbrate de esta tarjeta 8200, y de esta 21.100 - el tipo le habló a la cajera.

Ley de Murphy número 2: el que tienes adelante siempre va a tener peos para pagar, o va a sacar 48 tarjetas.

- No pasa, chico - la cajera le respondió a Raul, en mi cabeza solo pensaba en "chico"; chica"; "chica"; "chico".

- ¿Bueno cómo que no pasa? ¿No tienes otro punto? - si el hombre se ponía violento con la cajera, me iba a convertir en el pequeño diablo que sufre la metamorfosis ante la opresión femenina,  y no me considero de ese tipo de feminazis insoportables, sino que, simplemente, no soporto ese machismo absurdo de los años cincuenta.

- ¿Ya vas a empezar? - le preguntó la que respondía bajo el nombre de Beatriz.

- Vete pal carro mami, vete pal carro - típico sujeto que le decía una palabra 'afectuosa' y seguramente la tipa caía rendida a sus pies, así tuviese solamente una única virtud, y el resto fuera maltrato.

Raul sacó tres billetes de 10.000 a escondidas.

- Cobra rápido esa vaina chama - se mostraba nervioso, creo que su mujercita no conocía de la existencia de esos billetes, me reí ante lo absurdo.

- ¡Yolimar! Cambio - gritó la cajera a la que posiblemente era la gerente que se encargaba de buscar los billetes para dar el cambio - ¡Yolimar! - repitió.

Me volví a reír, esto eran cosas que siempre me iban a pasar.

- Ya va, chico, espera - la cajera volteaba a todas direcciones buscando a Yolimar, yo seguía viendo la nevera de la bandejita de tequeños.

Se acercó una mujer de cabello ¿blanco? O era amarillo, o era blanco, una de dos, o quizá los dos, le entregó a la cajera unos cuantos billetes de 100 que representarían el vuelto del tal Raul, quien los cogió sin siquiera contarlos y salió como un fantasma de aquel lugar.

- Ya va, chica - ahora iban a hacer el cambio de cajera, ¿ven que son cosas que solo me pasan a mí?

Mientras esperaba que la cajera cuadrara la caja y entrara la otra, seguía viendo la bandeja de tequeñitos, no, Andrea, está demasiado cara y encima solo trae 20 tequeños, don't fuck with me, Maduro.

- Cédula, chica - parecía que esa palabra se extendía a toda el habla venezolana, le enumeré los dígitos.

- Andrea ¿qué?

- Carrizales - vi que mi apellido estaba mal escrito en la pantalla de compra, cuándo no.

Comenzó a facturar lo poco que compré.

- 71,519, ¿tarjeta?

- Ajá - le entregué la Mastercard que la señora de atrás no dejaba de ver con cierta codicia, no se crea señora, ésta sí tiene límite, me reí, la gente pensaba que las tarjetas negras no tenían límite y eran exclusivas de gente millonaria, si supiera que no agarré mi bandejita de tequeños, la cual seguía viendo con intención total de llevármela.

- Firma y número telefónico - me preguntaba por qué me decía "número telefónico" si el comprobante dejaba una línea en blanco para la firma y otra para la cédula.

- Me pones doble bolsa y sin nudos, por favor - le pedí al embalador, que al parecer hizo caso omiso de mi petición.

- Eh, doble bolsa y sin nudos.

- Ah, ¿sin nudos?

Y efectivamente no le colocó nudos a las últimas 2 bolsas.

- ¿Te las llevo hasta el carro?

- Sí, por fa.

Saliendo, le entregué la factura al vigilante, quien parecía leer realmente la factura, como si en verdad estuviese haciéndolo, me estaba secando mientras él seguía con su inspección, tic, tac, quiero irme a comer, ¿sabe? Me la entregó de mala gana, nuevamente, mi ceja izquierda cobraba vida y se arqueaba.

El embalador llevó mis bolsas a una camioneta Fortuner.

- Epa, esa de ahí no es, qué más quisiera yo, el Nissan que está allá - le señalé mientras me reía.

Le entregué 5 billetes de 100.

- ¿No me puede dar más? - ah, vale, él me estaba 'sugiriendo' que 500 bolívares por poner 4 cosas en 4 bolsas, era insuficiente.

- No - volví a subir la ceja, ¡detente ceja! Un día de estos se me va a quedar la cara tiesa.

- ¡Amiga! ¿Todavía queda harina? - me preguntó una señora muy bella, ¡por fin alguien que no me decía "chica"!

- Parece, quién sabe, hasta hace 5 minutos había.

- ¡Gracias!

Vi a Raul discutiendo con su mujer en el humilde carro, le postró una cachetada, pobre Beatriz, ¿cómo no huía de eso?

- ¡Chica, se quedó esta bolsa! - un joven me acercó una bolsa con la pasta.

- ¡Oh! ¡Gracias! - agradecí su gesto y dejé pasar el "chica".
































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