¿El ave o la jaula?

El ave es un animal emprendedor, extiende sus alas para planear en un ambiente cargado de toxicidad, aunque para ellas, éste es ajeno; el oxígeno, la corriente, la brisa, estos son los factores realmente importantes. Cuando el cuidador se apodera del ave, la encierra en una lúgubre jaula llena de barrotes contra los que sus alas se golpean al sacudirse, sus plumas se pierden en el aire.

El ave estuvo sacudiéndose ferozmente contra los barrotes, su amo se burlaba de ella con gesto hosco, el ave estaba agotada de su lucha incansable, de tanto aletear las alas dentro de lo que era la prisión de su cuerpo y de su mente. El cuidador abrió la jaula y rellenó el tarro con escasas semillas de alpiste, el ave agradeció su insignificante gesto, olvidó por un momento todo el maltrato que acarreaba vivir en una jaula, pensó que quizá podría funcionar vivir de esa forma, lo intentaría, haría que funcione, un poco de alpiste y un poco de maltrato, parecía un negocio cuestionable.

El ave de la vecina, solía escapar durante las tardes, aprovechaba que ésta no estaba, se valía de su destreza para abrir la jaula con el pico mientras aferraba sus garras a los barrotes de aluminio. Le gustaba salir a volar, se ensimismaba pensando en libertad, aunque acarreara soledad, le gustaba acelerar el vuelo, huir de la tonalidad grisácea de la jaula, ¿por qué desperdiciaba su vida de esa manera?

- Vámonos a pasear - sugirió el ave escapista a su amiga en cautiverio.

- ¿Estás loca? Si no me encuentran de noche voy a tener problemas.

- Te regresaré cuanto antes - el ave parecía animada - ¿con quién vas a tener problemas?

- Con mi cuidador.

- ¿Y eso qué? Venga, vamos.

Y pasearon, volaron, rieron, se comprendían, eran un paréntesis entre su rutina, un tiempo efímero, una cuestión de un rato que parecía desvanecerse con lo rápido que pasaban las horas.

- Tengo que regresar - lamentó el ave del cuidador.

- ¿Por qué? Puedes escapar, como yo he decidido hacerlo, no regresar nunca más, podríamos sobrevolar las plazas y molestar a la gente, criticarlos, comer de las migajas que nos arrojen los extraños, valernos por nosotras mismas, ¡ser libres! - el ave escapista animó a su compañera.

- Yo no puedo - voló directo a su jaula. Su amiga la miró con tristeza.

Prefirió encerrarse entre barrotes, sentar cabeza objetivamente, su rutina gris era un puerto más seguro que una aventura.


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